Era una tarde…una tarde esplendida. No había otras maneras para describirlo. El sol, se escondía tenuemente detrás de los edificios. Lastima que el entorno no ayudaba a continuar con este magnifico espectáculo que el cielo brindaba. El parque, era uno de los mejores de la zona. Pero de todas formas, estaba descuidado. Era triste y gris, el césped que quedaba, ese que no estaba destruido o lleno de colillas de cigarrillo, era lo único que sobresalía. Era lo único verde que podía llamarse digno de un parque. Margaret suspiró, algo resignada, pero siguió caminando por el lugar. Era increíble que todavía de seis meses, pudiese caminar. ¿Por qué lo digo? Por esa enorme panzota que se destacaba del menudo cuerpo de la rubia. Una de sus manos acariciaba su vientre, como protegiendo esa vida que llevaba dentro. Debía protegerse, y al bebe. Este era un mundo retorcido, extraño, y debía ser fuerte, aunque eso la dejase sin energías.
Decidió al fin, sentarse en una hamaca. Un tibio viento acariciaba su rostro, y despeinaba su cabello. Ella se dejó hamacar, mientras que su cabeza se remontaba entre pensamientos lejanos. Entre recuerdos borrosos que alguna vez fueron claros. Y aunque buscó y rebusco en ese cajón desordenado de los recuerdos, aunque su cuerpo y alma también se unieron en esa búsqueda, no logró encontrar ninguna memoria feliz. Nada lindo. Nada alegre. Solo problemas y a su madre demasiado alcoholizada como para decir tres palabras coherentes. Su madre demasiado bebida como para prepararle la cena, y ella debiéndose hacer responsable de cosas de adultos. Sacudió de su cabeza esos pensamientos turbios y se centró en lo que latía en su interior. Centró toda su energía en ese bebe que pateaba con entusiasmo, como alentándola a continuar, alentándola a ser fuerte.
Siempre se había preguntado si era niño o niña. Y supuso que lo sabría a su tiempo. Llevaba un bolso grandote colgado de un brazo (lo usaba para guardar básicamente todo) y con unos simples movimientos, logró sacar del mismo aguja y lana. Como no tenia dinero, se había decidido a hacer la ropa ella misma. Con habilidad, dio certeras puntadas. Lo que ya tenia forma de pequeña manta pronto fue creciendo y creciendo. Mezclaba los colores con un toque alegre. Eran rosas, celestes y verdes. Eran pequeños detalles en lila y blanco. Una manta hermosa, que en poco tiempo seria usada.