¿Qué sientes? Vacío {Michael A.}

Un bulto a su lado le daba calor agarrándola por la cintura. Abrió lentamente los ojos, buscando el resplandor de un nuevo día en la ventana. Aún era de noche. Alzó un brazo para frotarse el ojo mientras hacía ademán de girarse. No podía. El bracito de Josh la rodeaba de tal manera que, si se giraba, corría el riesgo de aplastarlo y hacerlo daño. No sabía si sonreír o preocuparse. ¿Desde cuándo Josh dormía con ella? Sólo cuando había problemas. Quizás se habría meado en la cama, o habría tenido una pesadilla. No, en todo caso, la habría llamado. Preocupada, Nalah meneó suavemente el hombro del pequeño hasta que éste, con un gesto de dolor, la miró con media sonrisa. Mentira; un intento de media sonrisa. No solo había sido una caída de bicicleta ni un dolor en el brazo, seguro que había sido mucho más. Estúpida ilusa. Tardó menos de cinco minutos en hacerse con una cazadora y sus habituales botas de montaña; tapó a Josh con una manta y salió pitando hacia el hospital. Tenía fiebre y se quejaba de que le dolía el brazo. Siguió repitiéndolo mentalmente hasta que los atendió un 'médico', cuestión de tres o cuatro horas después de haber llegado al hospital. Mientras, le había dado una de sus pastillas para cuando le venía la menstruación cada mes. Había funcionado, aunque fuese solo un poco. Se había quedado dormido y ni se dio cuenta de cuando lo llevaron hasta la camilla. Por suerte, tenían seguro. Nalah le dio repetidos besos en la frente y mejilla antes de desaparecer por la puerta en dirección a la calle.

[...]

La botella giraba y giraba sin fuerza alguna, dando algún que otro salto a causa de varios baches, formados principalmente por pequeñas piedrecitas. Pocos segundos después de que la velocidad hubiese disminuído notablemente, la botella dio por finalizado su recorrido, quedando con la boca en dirección a la rubia. La miró con desgana, casi con recelo, sin alterar el ritmo de sus pasos hasta que uno de ellos se cruzó con el material de cristal, dándole otra acertada patada. Con ésta, la botella se estampó contra un árbol hasta romperse. No había líquido en su interior, sólo rastros de tierra y mal olor. Al pasar por delante, Nalah hundió las manos en la amplia cazadora que llevaba puesta mientras giraba con tranquilidad la cabeza en dirección a lo que quedaba de recipiente. Nada. Suspiró y volvió la cabeza, fijando su mirada verdosa en el suelo, vigilando el transcurso de sus pasos con aburrimiento. Seguía con las botas desabrochadas y el camisón pegado a la blanquecina piel del pecho. Sólo la protegía del frío la cazadora que siempre dejaba a los pies de la cama por si pasaba algo y tenía que salir corriendo, a cualquier sitio, fuese el que fuese. Aquella mañana le había tocado hacerle una angustiosa visita a Don Hospital, donde seguía internado Josh con un esguince en la muñeca y medio brazo roto. Sus compañeros le escribirían en la escayola, y puede que Nalah también le hiciese algún dibujo. Ante aquello fingió sonreir, y terminó por hacerlo realmente.

Echó hacia atrás la cabeza, mirando el cielo un par de segundos. El sol se escondía juguetón entre las ramas de los árboles mientras el viento provocaba escalofriantes sonidos entre los columpios y cuadrados de arena, vacíos a aquellas horas. Con suerte los más madrugadores estarían desayunando. El resto: durmiendo. Nalah no estaba en ninguno de los dos grupos, quizás por desgracia o sólo por suerte. Resignada a dejar que las horas pasasen a su antojo, se acercó al tronco de un árbol para arrastrar su espalda por éste hasta quedar sentada en el suelo con las piernas extendidas. Se miró las rodillas, tocándoselas con la punta de los dedos, y a continuación siguió hacia abajo por la pierna, lastimada por varios negrones y demás. Ladeó la cabeza y la apoyó en el árbol, juntando la punta de sus botas como una niña pequeña. Estaba cansada y, por un momento, pareció dejarse llevar por el sueño cerrando los ojos a su suerte.

El joven se incorporó sobre lo que se puede considerar una cama, en la que había pasado la noche anterior, en una habitación de una casa, propiedad de una mujer de unos 35 años - lo único que sabía de ella, además de que se llamaba Stacy - que había contratado sus servicios despreocupados para toda la noche. Se pasó una mano por la cara, apártandose el flequillo, comprobando que estaba solo en la estancia. Probablemente Stacy había salido a comprar tabaco, drogas o quién sabe qué. Dedicó una mirada fulminante a la mesilla de estar, en la parte de la cama donde había "dormido" - aproximádamente unas 4 horas - para comprobar que sobre ella se encontraban unos billetes que le servirían como pago al disfrute que le brindó a la mujer. Al fin se levantó, cogiendo el dinero con un movimiento rápido, contandolo para comprobar que estaba la cantidad que le debía. Así era. Cogió su chupa de cuero negra, bastante desgastada por los años que la tenía y que ya se la encontró en la calle bastante usada; pero le gustó y decidió agenciársela.

Una vez vestido, con la misma ropa del día anterior - algo maloliente por la coca que esnifó y el alcohol que bebió y el tabaco que fumó - se decidió a salir por la puerta de un edificio que se podía considerar de los más decentes que había visto, aunque la pintura de la fachaza y algún cristal sano brillaban por su ausencia.

Salio a la calle, no había mucho que hacer. La brisa de la mañana le dio en toda la cara, entrando por la nariz cada vez que inhalaba oxigeno helando todo el interior de su cuerpo. -Joder, puto frío de esta puta ciudad... Observó la calle y se situó, sabiendo que estaba cerca de Green Park, así que decidió ir hacia allí a fumar algo bajo un árbol y... a pasar la mañana básicamente, mientras pensaba en cómo se gastaría lo ganado la pasada noche. Una parte estaba claro que iría destinada a su parte del alquiler por vivir con Fred, pero la otra, seguramente, se iría a la coca.

Se estiró de brazos, dejando soltar una especie de gruñido, para despues llevarse las manos a uno de los bolsillos de su chaqueta para sacar un cigarrilo del cartón y encenderlo con el mechero, no después de haberlo intentado anteriormente dos veces, pero ya se sabe, a las tercera va la vencida.

Iba paseando, sin fijarse en nada en concreto. Todavía era temprano, no había mucha gente por ahí y empezaba a tener hambre. No sabía qué más hacer más que volver a 'casa' o ir al garito de The Originals hasta que algo, o más bien alguién cautivó los ojos de Mike. Vio a una chica, sentada bajo un árbol y parecía que estaba dormida. Aunque en un principio no la reconoció despues de unos segundos mirándola fijamente creyó no estar para nada equivocado: conocía a esa chica.
-¡Joder! ¿Tú eres... Nalah, verdad? La novata. - Le dijo, acuclillandose en el lado derecho de la joven, esperando una respuesta mientras sujetaba su cigarrillo de la marca Marlboro sobre sus dedos índice y corazón de su mano izquierda, desprendiendo un poco de ceniza.

Agudizó el oído en busca de algún sonido que le sirviese de nana. No encontró cántico alguno por parte de los pájaros, tampoco pisadas y risas de niños que le recordasen cuando Josh aún era pequeño y la pobreza no teñía cada estúpido parque o escuela. Apenas podía pagarla, ni siquiera era capaz de encontrar trabajo. Intentó encontrar la postura idílica para sumirse en un sueño profundo que, con suerte, la convertiría en un vagabundo más. Su pelo, enmarañado, desaparecía un poco más allá de la nuca, envuelto por el cuello de la cazadora. Con suerte la confundirían con un chico cualquiera, sí, con demasiada suerte. Había chicos con rasgos finos y labios gruesos, también con greñas en vez de pelo. Con suerte... Con suerte... Con suerte, Nalah se quedó dormida antes de poder perfeccionar mentalmente su imagen andrógina.

[...]

Un taco. Parecía cercano a ella. Demasiado cercano como para no haber sido dirigido exclusivamente a su persona. Parpadeó un par de veces, despertando abruptamente de su corto letargo. La luz se había colado hábilmente entre las hojas, dándole de lleno en la cara. No era suficiente, el cielo encapotado no dejaba que sus verdosos ojos se dañasen con facilidad. Se sobresaltó, inclinándose de repente hacia un lado, como si hubiese recibido una fuerte bofetada. Sí, tal cual.
- ¡Joder! -no le salió solo. La mecánica interior funcionó de forma veloz e inconsciente, permitiéndole a la rubia soltar el mismo taco que el muchacho sin más. Perfecto, empezaba a funcionar. A pesar de todo, algo falló: un pinchazo en la palma de su mano hizo que de sus labios saliese un quejido. No, un bramido por lo bajo. Abrió de par en par los ojos, encontrándose con parte de la botella a la que había estado dándole patadas hundida en su palma. Otro taco y estaba fuera. No sangraba lo suficiente como para alarmarla. Se llevó la mano a la boca y acomodó sus gruesos labios entorno a la herida, succionándola.

Lo miró, desconcertada. Al parecer, era mucho más reconocible que un simple y puñetero vagabundo. Aún con la mano en la boca, siguió inspeccionándolo con el ceño fruncido. ¿Intentaba parecer... letal? Seguía intentándolo cada estúpida noche en el espejo, o lo que quedaba de él. No podía. Simplemente, Nalah no podía parecer otra cosa que no fuese una niña asustada. Espera... ¿Nalah? No. No. ¿De dónde lo había sacado? Dejó caer la mano con el corte sobre su regazo, entreabriendo los labios -que habían quedado hinchados- y mirando al rubio. Lo conocía. Sí, claro que lo conocía. Y él también a ella. Casualidad. Demasiado tarde como para dar a entender que no se llamaba Nalah, si no Julieta. ¿Se le habría escapado a Stan? ¿O incluso a ella? Imposible. Mentira. Sacudió la cabeza 'a medias', moviéndola simplemente hacia un lado mientras miraba de soslayo el cigarrillo. El olor le repugnaba, conseguía que arrugase la nariz incluso estando a diez metros de un cigarro encendido. Nunca importó demasiado, pues se obligaba a fumar siempre que tenía la ocasión y no estaba Josh delante.
- S-sí. La novata. -intentó decirlo con firmeza, pero no le salió. Su voz flaqueó, convirtiéndose al principio en un inseguro tartamudeo. Finalmente pareció enderezarse, en vano. El fallo ya había sido cometido. Miró el corte, no dolía; había sido demasiado rápido y seco. Se lo llevó de nuevo a los labios mientras, con un gesto de cabeza, le pedía silenciosamente un cigarrillo a su 'compañero'.

Se quedó en cuclillas, observándola, esperando que no se hubiese confundido. La joven tardaba tanto en reaccionar que ya se había planteado la posibilidad de que la resaca le hubiese jugado una mala pasada, haciendo que frente sus ojos viese lo que no era. Se fijó de reojo, al principio pensó que llevaba el pelo corto, desde lejos, y pensó mientras se acercaba a ella, sentada bajo el árbol e iluminando su piel por el poco sol que se filtraba entre los huecos que dejaban las hojas, que si era la muchacha que conocía se habría cortado la melena, pero una vez estando tan cerca de ella se fijó que el resto de su cabello estaba oculto, metido bajo su chaqueta, algo enmarañado.

Como un acto reflejo, se rascó la cabeza en un movimiento rápido con la mano que no sujetaba el cigarro, moviendo sus greñas - que las llevaba algo más largas de lo habitual - pensando después que necesitaba oxigenarlas de nuevo, pues hacía unos días que ya le asomaba la raíz de su rubio oscuro natural. Mentalmente hizo cálculos para invertir una parte del dinero ganado la noche pasada en su pelo, algo que no le hacía ilusión, precisamente.

Escuchó el sonido, o más bien ruido disfrazado de quejido mudo, que salía de los labios de la joven - algo que le ayudó a cerciorarse de que, realmente, hablaba con la persona acertada. En ese momento pensó que su vista era más aguda de lo que creía. - La chica miró hacia abajo, rápido como el rayo, y Mike la imitó sin poder evitarlo, comprobando el origen de ese gruñido inofensivo: se había herido con un trozo de cristal procedente de lo que parecía una botella rota. ¿No se había dado cuenta de dónde se sentaba? ¿Estaría fumada o tal vez solo medio dormida? Cuando se estrajo el cristal, Mike cogió el trozo para tirarlo lejos de ellos y que ninguno se hiriese de nuevo. Se limpió en el pantalón una gota de sangre que había pasado del cristal a su dedo pulgar, dejando una pequeña mancha de un color más bien marrón rojizo sobre sus vaqueros grises desgatados. No le prestó más atención, de todas maneras su ropa estaba ya hecha un asco.

Al fin, la muchacha se decidió a hablar, despues de haberse resaltado por la intervención de Mike, totalmente inesperada para ella, algo que hizo que al joven se le dibujara una sonrisa en los labios, casi burlona.
Mientras ella confirmaba su identidad, Mike le daba otra calada a su cigarro de una manera lenta, sentiendo cómo el humo le inundaba la tráquea y después pasaba a sus pulmones, para después echar de su organismo por las fosas nasales, en el espacio que quedaba entre ella y él.

Interpretó el movimiento de cabeza que le hizo su compañera de banda, así que, sujetando su cigarro con sus labios pequeños pero carnosos, haciendo una mueca con ellos para sujetar con firmeza ese pitillo, sacó su cartón para ofrecérselo a ella, esperando a que cogiese uno de los tres que le quedaban. -¡Qué coincidencia! ¿Hacías algo por aquí? Es muy temprano. Tal vez, ¿vives cerca? Sí, Mike tenía esa mala costumbre: hablar más de lo que los demás podían soportar. Lo cierto es que le era complicado ser así, estando en The Originals, dónde el mismísimo líder era realmente callado e incluso su mejor amigo no solía hablar demasiado. Pero él era así, hablaba para eludir los problemas, para tapar los asuntos importantes con temas banales y sin importancia. Así él conseguía ser más hipócrita. Aunque sabía que a algunas personas eso le molestaba nunca había intentado cambiarlo. No le apetecía esforzarse.

Cuando su conocida atrapó el cigarro, sacó el mechero estirando la mano para así encendérselo, esta vez consiguiéndo prender la llama en el primer intento. Un golpe de suerte.

En un acto reflejo intenta recular hacia un lado, es consciente de que no puede permitirse debilidad alguna y, finalmente, tras un movimiento extraño se queda donde está. No ha pasado nada. No para ella. Mira de soslayo al chico de melena albina intentando mostrar desinterés y, al ver que es incapaz, se centra completamente en el corte de su mano, inspeccionándolo minuciosamente. Con suerte en el hospital le den un par de vendas, o en todo caso evitará tener que pedirlas yendo a casa y rebuscando en los cajones del baño. Tiene que haber algún botiquín en buen estado perdido por ahí. Fijo. Bien, ha invertido el tiempo suficiente en la herida como para que se le agoten las ideas sobre cómo poder desintegrarla mentalmente para que desaparezca, ¿ahora qué hace?. Parece dejar de prestarle atención a su mano cuando recibe el cigarrillo del chico. Lo mira con gesto ausente y dubitativo; demasiado tarde para retroceder y guardarse el gesto de cabeza. No traga saliva, ya lo ha hecho demasiadas veces aquella noche y en esos momentos tiene la garganta más seca que un cadáver: se limita a colocarlo entre sus gruesos labios y esperar a que le de fuego. Cuando lo hace, inspira con la fuerza necesaria para que la punta del filtro se ilumine, dándole vida y proporcionándole humo de sobra a sus pulmones, a modo de calada. Es como tierra y fumar piedras. No hace ningún tipo de mueca, se limita a coger el cigarrillo con los dedos índice y corazón y apartarlo de su boca, permitiéndole a ésta expulsar una serie de aros que ascienden de manera fantasmal hasta hacerse lo suficientemente grandes como para desaparecer. Una vez lo han hecho, solo queda el rastro que deja el olor del humo, peor que la humedad que se respira en su casa.

- Salí a pasear al perro. Estaba a punto de mearse en la cocina. -mentira. ¿Perro? ¿Qué perro? A Nalah no le gustan los perros, ni siquiera los animales; si alguna vez ha tenido una mascota ha sido 'gracias' a su madre, a la que le encantaban, no porque ella la pidiese por Navidades o algo parecido. Esa extraña celebración nunca significó regalos para la rubia, que ya empieza a pensar un nombre para el can, por si al chico se le ocurre preguntar. - Cuando llegué a casa ya no tenía sueño. -se encoge de hombros, como si nada, a sabiendas de que había estado a punto de dormirse hacía escasos cinco minutos. Cuando salió de casa, casi a las cuatro de la mañana, lo hizo con Josh en brazos y no precisamente para volver media hora después sin sueño. Si no se durmió en el hospital fue para calmar a su hermano y, a su vez, para que éste sí pudiese echar una cabezadita. ¿Dónde cojones aparecía un perro en toda esa historia? En ningún lado: sólo en la casa de algún vecino pesado que no atiende a razones y que deja que su pedro ladre y mee donde le da la gana y cuando le da la gana. Por suerte, o por desgracia, ese vecino no le sonaba a Nalah. No era de su competencia.
- Depende de lo que entiendas por 'cerca'. Sólo relativamente. -lo cierto es que aún había un buen trecho a pie si quería llevar a Josh a pie hasta el parque, que era lo que tenía que hacer prácticamente cada vez que quería salir: caminar. No tenía ningún medio de transporte excepto una bicicleta camino del desguace, y claramente no va a arriesgarse a partirla en dos con su peso y el de Josh. Así, Nalah se pasa la vida de aquí para allá sobre sus destrozados pies. Para que luego intenten ocupar su "agenda" con tacones. Já.

Otra calada más al cigarrillo. Lo observa, repudiándolo interiormente, y con cierta satisfacción se fija en que ha esperado suficiente como para que se forme un pequeño cúmulo de ceniza. Aparta el cigarro de ella, alejando el brazo, y golpea el cilindro con el dedo índice, provocando que dicho cúmulo gris desaparezca del cigarro, cayendo al suelo. Se lo tragará la tierra.
- ¿Y tú?¿Qué haces por aquí? -sólo lo mira cuando está a punto de terminar la frase, sin girar por completo la cabeza. Varios mechones se han entrometido entre el chico y sus ojos, pero no se molesta en apartarlos. Prefiere evitar mirarlo mientras habla. Sus ojos son demasiado expresivos como para obligarse a si misma a delatarse.