Nunca se me han dado bien los cálculos {Derek W.}

Corre el riesgo de que se le escurra y caiga, rompiéndose al colisionar con el frío suelo de madera. No se detiene. Nalah sigue pasando la botella de cristal de una mano a otra, notando como el frescor y las gotitas de agua que la cubren resbalan entre sus manos, dejándolas con un rastro mojado, aunque apenas. El verdor de sus ojos parece dudar entre alzarse y contemplar el bar o, por el contrario, quedarse centrado como antes en el continuo movimiento de la botella. Pim. Pam. Pim. Pam. No hay ningún 'púm', por lo que sigue de una pieza con un cuarto de su contenido aún dentro. El otro se divide casi a partes iguales entre el interior de Nalah y el recipiente, también de cristal, que tiene delante. ¿Cuánto puede costar una coca-cola en ese antro? No lo ha calculado. Mierda.

El líquido mancha sus labios, se desliza por su lengua y desaparece garganta abajo, no sin antes dejar un sabor dulzón en el paladar de la joven. Hablan de paladares exquisitos, pero el de Nalah no entiende de exigencias. No le han puesto ni un mísero cuenco de patatas fritas, ni siquiera de aceitunas, como en 'muchos' otros sitios. Mira con recelo el lugar que deberían ocupar los pinchitos y, sin apartar la vista de él, levanta tímidamente la mano, buscando la atención del camarero. Cuando percibe la figura del muchacho a su lado, alza la vista a través de sus espesas y castañas pestañas.
- Un sándwich mixto, por favor. -sólo de imaginarse el queso fundiéndose gracias al contacto con la loncha de jamón sus tripas rugen, como si estuviesen presas de un último aliento. Se lleva la mano al estómago, allí donde no sólo rugirán sus tripas dentro de un par de semanas, quizás menos. Empieza a parecer levemente hinchada, aunque quizás solo sean imaginaciones suyas. Como siempre. Parece sonreírle al camarero, aunque demasiado tarde: ya se ha dado la vuelta con su pedido rondándole la cabeza. Suspira y apoya los codos en la mesa, sujetándose después la cara entre las manos de manera que éstas se la tapen. Parece estar sumida en un pleno acto de sollozo, aunque sus labios no emitan ningún sonido que dé que pensar. Simplemente mantiene los párpados caídos, consiguiendo así cerrar los ojos, mientras se concentra en la negrura que la invade.

Cuando el carraspeo del camarero suena cerca de ella, Nalah aún seguía con la cara entre las manos. Sobresaltada, se aparta con un tenue rubor en las mejillas que va creciendo a medida que el joven deja la cuenta sobre la mesa. Sus labios se entreabren sin decir nada, pretendiendo asombrarse por la buena pinta del sándwich para dar una buena imagen. No es capaz de fijarse en el queso derretido, ni siquiera en el punto tostado del pan cercano a lo perfecto: como a ella le gusta. No. Sus ojos perforan sin piedad el trozo de papel que indica que tiene que pagar una cantidad 'un poco' superior a la que puede permitirse. Tendría que haber calculado antes de pedir una mísera coca-cola y un estúpida sándwich. Ahora, cuando las razones son más que suficientes para que se abandone a los sollozos tapándose la cara con sus manos, es precisamente cuando coge los trozos de pan entre sus larguiruchos dedos para darle un despiadado mordisco, culpándolo de todos sus males.

Se apoya contra el respaldo de la silla, inspira aire que -por una vez- no está contaminado del tabaco maltrecho de cualquier bar, sino de oxígeno más o menos saludable y le sienta como si respirara puro vacío. No es desagradable, pero tampoco agradable. Echa en falta algo.

Tamborilea con dedos morenos sobre la superficie de la mesa y la mira. Ella. Apenas una cabellera rubia sentada a unos metros de su propia mesa, observa cada movimiento con unos ojos que rozan la contemplación de sosegada admiración y la nostalgia mal disimulada. Porque la ha reconocido, porque podría haberlo hecho en cualquier sitio. Y su imagen destella en la pupila como el flash de una cámara que le arranca demasiados recuerdos que creía olvidados.

Es lo que tiene enfrontrase de frente con bellos fantasmas de un pasado que no siempre quieres recordar.

Suspira y se permite volver la vista atrás en el tiempo cerrando los ojos. Ve a Annita. La buena de Annita. Vuelve a escuchar sus confidencias a media voz y a notar el sabor de un café solo en el paladar, vuelve a ver esa cabecita rubia revolotear por la casa de su amiga. Cabecita rubia que en esos momentos ha sido sutilmente robada de su mente y trasladada a la realidad con el rostro joven de una adolescente cuanto menos, igual de hermosa que su madre. Derek la ve y sonríe. Y los ojos se empañan de cálido cariño.

(Y no puede evitar ver a Annita)

Se levanta con un sonido perezoso de la silla y avanza esquivando mesas vacías y clientes sin rostro hasta detenerse a las espaldas de la chica. Posa sus manos grandes en los hombros pequeños de ella y empieza a hablar con completa naturalidad, con veterana calma, como si estuviera en mitad de una conversación cualquiera y sólo hubiera pasado un lapso de un par de minutos desde la última vez que se dirigió a ella... cuando en realidad han sido años.

―Siempre te han gustado los sandwichs mixtos, incluso cuando eras pequeña. Supongo que hay cosas que no cambian ni con el tiempo.

Apretó cálidamente los hombros de ella y esperó a que se volviera con una sonrisa paciente.

―Ha sido mucho tiempo, Nalah ―murmuró.

El timbre, que dependía de la puerta, parecía haber perdido las ganas de avisar de los nuevos 'visitantes'. Si la rubia era consciente de ellos era gracias al ruido que hacían las sillas al moverse, siendo arrastradas sin piedad alguna por el suelo de madera, demasiado gastada como para parecerlo. El camarero iba perdiendo la sonrisa a medida que los pedidos lo asediaban cada quince segundos, empezando a empapar de sudor la camisa blanca que llevaba puesta por la parte de las axilas. Nalah parecía estar en plena conexión con un universo paralelo totalmente diferente y mucho más interesante que las penurias de los borrachos que gastaban su paga deslizándola una y otra vez a través de la barra. No importaba: la joven estaba sumida en los agujeritos que ahora marcaban el pan de sándwich gracias a que ella, la gran matemática, se dedicaba a malgastar sus ideas y cambiarlas por un único y repetido movimiento; subir y bajar el tenedor hasta hundirlo por completo en su pedido. Cuando no hubo más espacio para puñeteros agujeritos, paró.

Seguía con el tenedor en la mano cuando una presión invadió tranquilamente sus hombros sacándole toda indicio de pereza de golpe. Se había perdido la primera parte de esa 'conversación' que llegó por sopresa, abrumándola con toda su fuerza. ¿Quién era? Sus cejas, fruncidas, apenas dejaban que el atisbo de pánico que pululaba en su mirada de un lado a otro se hiciese visible de cara a los demás, de cara a él. No hacía falta, Nalah ya notaba el brusco cambio en los nervios, ahora de punta, que recorrían sus encogidas entrañas. Parpadeó intentando ubicar esa cara y también esas palabras, forjadas a base del tiempo y también de su nombre. ¿La conocía? Otro parpadeo. Desvió hacia abajo la mirada, aún con el ceño fruncido, relamiéndose los labios de forma inconsciente, concentrada en algo demasiado importante como para prestarle atención al resto. "Ha sido mucho tiempo. Ha sido mucho tiempo. Ha sido mucho tiempo..." Se le escapaba y, de nuevo, la idiotez golpeó con fuerza el poder de palabra que siempre había sido capaz de manipular a su gusto.
- ¿Perdona? -inteligente, muy inteligente. Sacudió la cabeza para tocarse la frente con la mano y después colocarla a pocos centímetros de su cara, como pidiendo un minuto para aclararse. No necesitó tanto tiempo, se había quedado en blanco. ¿Qué hacía? ¿Le pegaba? ¿Con el sándwich o con el tenedor? Suspiró y derrumbó la resistencia de sus hombros, dejando que éstos cayesen hacia delante, encorvándose. Lo miró con ese gesto confuso e infantil de siempre y que, por desgracia, le salía solo. Sus ojos verdes no necesitaron buscar desesperadamente el calor que emaba la oscuridad de los de él, pues parecieron cautivarla desde el primer momento.
- ¿Derek? -salió a forma de susurro. Dudaba que lo hubiese escuchado, pues nada más pronunciarlo la rubia volvió a bajar la cabeza y sumirse en el estado abstraído y distante de siempre. ¿En qué pensaría? Sólo podía apreciarse que se mordía ansiosamente el labio, un poco antes de volver a la estúpida manía de toquetearse el pelo y colocarlo detrás de las orejas. En su postura, volverían a caer los mechones colocados, pero para ella no suponía un problema ponerlos en su sitio otra vez. Era su forma de mantenerse ocupada. Una pena que no le beneficiase en nada.

[Disculpa la tardanza >.< La uni... ]

Cuando ya creía que no iba a recordarle, esa sencilla palabra salió de sus labios en un susurro y Derek le dirigió una leve pero afectuosa sonrisa. Era un comienzo.

Sin contestar, puesto que creyó que no haría falta, dejó que la elocuente pausa hablara por él y se movió para rodear la mesa, no sin antes pasar los dedos por los hombros de la chica en una ausente caricia antes de desvanecer el contacto por completo.

―¿Puedo sentarme? ―preguntó como mera formalidad, puesto que juraría que la chica había llegado ahí sola. Si más no, ese sitio había estado vacío todo el tiempo que llevaba observándola desde la distancia, inmerso a ratos en sus pensamientos de ambigua claridez y una taza vacía de café que le devolvía una mirada estática. El rumbo que habían tomado los acontecimientos era mucho más alentador que la perspectiva de seguir congelado en el tiempo una vez más. Prácticamente, como siempre.

Apartó la silla y tomó asiento, apoyando los codos sobre la superficie de la mesa y entrecruzando los dedos a la altura de sus ojos, observándola en silencio. Y sin embargo, lejos de la mirada intimidante, casi invasiva, que hubiera resultado en otra persona, en su semblante no había rastro de esos adjetivos. Vaguedad, quizás. Despreocupada profundidad. Veía a través de ella y a la vez no lo hacía, y la presencia de su observación era sutil como el aire. Podía desvanecerse con un golpe de viento y el contacto se desvanecía del mismo modo.

Y así lo hizo cuando apartó unos instantes sus ojos de ella para mirar a un lado, por una ventana entelada de vapor que había cerca.

―¿Qué es de tu vida, Nalah? ―preguntó con cierto tono casi ausente, sumido una vez más en sus propias reflexiones. Mas no pude evitar volver a dirigirle una mirada de refilón y sonreír con la misma vaguedad―. ¿Te tratan bien? ―preguntó sin referirse a nada en particular, y a la vez, a todo.