Decadencia [Dafnée]

Derek apoyó la espalda contra el muro de un establecimiento y miró sin ver el parque de Londres, desierto a esas horas de la madrugada. El deprimente escenario le devolvió una mirada muerta.

Se llevó una mano a la frente y se masajeó el puente de la nariz, pero eso no sirvió para aliviar el mareo que le había invadido en los últimos minutos, tan intenso que le había obligado a detener su paseo de improviso. ¿A qué se debía? Ni lo sabía ni le importaba. Quizás era cierto que tantas noches a base de alcohol estaba pasando factura. Quizás era cierto que un mal que habita en tu interior y se dedica a consumirte en alma también termina infectando tu cuerpo a la larga.

Quizás era cierto que se estaba muriendo.

Si no lo había hecho ya. Quién sabía.

Sonrió lánguidamente y apoyó la coronilla en la pared a su espalda, alzando el rostro al pálido cielo. No había estrellas, no había nubes, no había nada de nada. El más completo vacío dentro de sí y fuera, tatuado en fuego en su pupila oscura. Vacío y voces de gente que no estaba ahí, y diapositivas imaginarias atascándose en su consciencia y sacando a relucir viejas escenas. Jo sonreía y acercaba los bracitos de niña de cinco años hacia él, pero nunca llegaría a abrazarle. Emily se detenía a su lado y contemplaba el cielo con él, pero jamás llegaría a tocarla porque se desvanecería al parpadeo siguiente.

(Pero el aura de su presencia le seguiría allí donde fuera como un espejismo. La más dulce recompensa, la más cruel condena. Todo a la vez)

El parque de Londres. Me resultaba casi inevitable ir a trabajar sin pasar por allí, me quedaba de camino. Avanzaba lentamente entre la oscuridad del parque, sin hacer caso omiso a las voces que se escuchaban a mi alrededor. Adolescentes bebiendo y haciendo lo que les venía en gana pues sabían a la perfección que a la mañana siguiente no recordarían nada de todo lo que habría ocurrido aquella noche.

Llevé una de mis manos a mi cuello mientras continuaba mi camino. Vaya, el sofá me estaba dejando el cuello bastante dolorido. Ya llevaba varios días con un dolor constante allí sin embargo, no por ello podía dejar de ir a trabajar. Aunque tampoco podía permitirme comprar uno nuevo, no cobraba demasiado que digamos. Y lo poco que ganaba a penas me llegaba para comer y cubrir un par de vicios.

Metí las manos en los bolsillos del abrigo y me limité a darle una patada a una pequeña piedra que se interpuso en mi camino. Haciendo que ésta rebotase en una pared sobre la que se había apoyado un hombre. No le presté demasiada atención en un principio, pero finalmente me percaté de que se trataba de Derek. Un hombre por el que sentía cierto aprecio quizás, pero ese no era el caso.

Le observé detenidamente dándome cuenta de que parecía sumido en sus propios pensamientos, por lo que decidí no molestarle y seguir mi camino. Sin embargo, algo me llamó la atención. Quizás fue la forma en que se masajeó el puente de la nariz, o quizás el rostro que mostraba un poco de malestar, pero lo cierto es que me preocupé.
Me acerqué un poco y me quedé a un par de pasos de él. Si no preguntaba si estaba bien no me quedaría tranquila. Sí, podría ser cruel con todo aquel que me rodease, pero para nada era insensible.

―¿Derek? ― Musité a un par de metros de distancia.

Derek sonrió suavemente al oír la voz. Esa voz.

Aún tardó unos instantes en contestar, manteniendo la vista perdida en aquel hipnótico cielo antes de descenderla hasta la chica. Estaba algo más pálido de lo normal, más si se tenía en cuenta que su piel, de un natural tono tostado por el sol, en aquel momento lucía de un tono cenizo. Tragó saliva y torció una comisura del labio en un intento de sonrisa que tuvo que forzar con algo más de esfuerzo del que había esperado en un principio. Se preguntó cuanto tardaría en trasladarse esa dificultad de gestos al mero hecho de respirar.

―Dafnée ―musitó, reconociéndola―. ¿Qué haces aquí sola?

No podía decirse que hubiera preocupación en su voz, pero tampoco indiferencia. Un intermedio entre el interés mal disimulado y la vaguedad propia del hombre fracasado.

Un nuevo pinchazo en su sien le perforó la cabeza sutilmente, como una aguja de hielo hundiendose en carne abierta. Cerró unos instantes los ojos con el ceño fruncido y se llevó los dedos a la zona del dolor.