Noche de Luna Llena {Hugo Crossman}

Perdida entre la noche. Sola y sin nadie a su lado. Una sombra obscura camina entre la nada misma. Sumergida entre pensamientos inhóspitos.
Sus ojos, tan azules como el mismo cielo, no miran el camino por delante. No
ven, no observan ni aprecian los detalles de esa noche de luna llena. Es
arrastrada por sus pies, en un intento de dirigirse a algún lado, pero como
siempre. Su destino es incierto. ¿Qué le importaba a ella saber a donde iba
cuando no importase donde terminase nadie la esperaría? Nadie nunca esperaría nada de ella. Nadie nunca se preocuparía por ella, y de alguna manera, se había acostumbrado a esa idea.

Un cigarro, enredado en sus finos dedos, largaba un humo que
pronto se desvanecía en la brisa nocturna. La misma que al chocar con el rostro de Desire, le desacomodaba el cabello. Pero tampoco le importaba como se veía. En su interior, tenia la sensación de que algo se ocultaba tras las sombras. Le parecía que alguien la vigilaba, pero eran solo alucinaciones. No sentía miedo, a pesar de que la calle se mostraba ante ella desolada. Tenia el corazón acelerado, pero solo a causa del alcohol que siempre producía ese efecto en ella.
Y como si supiese que algo malo iba a pasar, sacó del bolsillo de su campera de cuero negra, una navaja suiza. Esa que siempre la había acompañado. Esa que había producido tantas heridas, y que tantas alegrías le había dado. Una compañera fiel, leal. La cual solo contaba con esa cualidad, solo podía confiar en esa navaja porque ella misma la manipulaba. Vamos..Desde cuando confiar en los demás había salido bien?. Nunca. Nunca y era un hecho. Pero que demonios..No debía pensar en cosas
como la confianza, cuando había algo que merodeaba tras las sombras acechándola. ¿O era su propia mente que le jugaba en contra? ¿eran acaso alucinaciones? No. Mierda, ella no estaba loca, y no importaba cuanta droga había consumido, si algo se podía decir de Desire, si algo podía destacarse, era ese sexto sentido cuando de peligro inminente se trataba.

Sus labios se despegaron con suavidad. Provocando un suspiro ahogado. La luna ahora iluminaba su rostro con mas intensidad, y al ver todo con una claridad mayor, decidió que no había nadie cerca y guardó la navaja otra vez en su bolsillo.

Un leve golpe seco. Dos. Tres.
El sonido inconfundible de unos pasos empezó a abrirse camino por la calle. Unos pasos tranquilos y arrastrados, sin prisas, sin destino. Unos pasos que, a juzgar por el volumen del sonido que producen, pertenecían a alguien no demasiado corpulento, al contrario. Incluso, deteniéndome a escucharlos un par de segundos de más, podría aventurar de que se trataba o de alguien joven o de una mujer. O ambos al mismo tiempo.
Es lo que tiene formar parte del cuerpo de policía en una de las ciudades más peligrosas del momento. Aprendes a aprovechar cualquier mínimo detalle para conocer a tu enemigo. Es decir, para conocer a todo el mundo.
Tardé varios minutos en levantar la vista. Mi espalda estaba cómodamente apoyada contra un muro, uno cualquiera, y mi cuerpo entero rodeado confortabblemente por las sombras que me regalaba la noche. Aún así, el sombrero descendía sobre mi rostro, eclipsándolo todavía más de miradas indiscretas. En sitios así, y más cuando el sol ya se ha escondido, es mejor que no te reconozcan. Si lo hacen, estás perdido. Precisamente por eso, mi mano derecha jugueteaba con mi pistola, haciéndola girar como si fuera un objeto inocente y no mi más fiel compañera a la hora de enfrentarme al mundo. Era un costumbre que conseguía incluso relajarme. Así estaba siempre a punto para lo que pudiera pasar.
Sin embargo, cuando los pasos empezaron a acercarse demasiado y un ligero olor a tabaco llegó hasta mí arrastrado por la suave brisa nocturna, mis ojos se dignaron a dejar de contemplar el arma y examinar al recién llegado. La falta de luz, sólo rota por una farola moribunda, no me impidió reconocer ese estilizado cuerpo, esa pose, esa manera de sostener un cigarrillo. Detalles que, para mí, eran más que suficientes.
-Vaya, vaya, vaya... ¿Pero qué tenemos aquí?
Con una sonrisa cínica pintada en los labios, abandoné mi apoyo y comencé a acercarme a ella, con la calma de quien sabe que tiene todo controlado. No escapó a mi vista el movimiento de su mano, que hacía apenas unos instantes había guardado su navaja. Lo veía lógico. La tensión era la dueña de todos los habitantes de Londres, y estaba más que justificada.
-No deberías estar aquí, ¿sabes? Nunca sabes qué te puedes encontrar en las calles a estas horas...
Mi voz, tan relajada como si estuviera comentando la temperatura, tenía un trasfondo de amenaza, tan tenue y discreto que ponía los pelos de punta a las piedras. La miré a los ojos, sin dejarme intimidar por nada. A pesar del problema de la iluminación, no tuve apenas problemas en distinguir la peligrosa mirada azul que ya conocía. Por si quedaba alguna remota duda, ante mí tenía a mi queridísima amiga Desire.

Aun con los sentidos alterados, Desire no encontraba entre las sombras la causa de su exasperación. Hasta que una voz muy familiar, la hizo detenerse en el medio de la calle. Llevó a su boca el cigarro, y dándole una calada miró al frente. El humo se escapó fugitivo por su boca. Esa boca pintada de rojo oscuro, que esbozó una sonrisa al ver lo que detenía su paso. Era el, uno de esos enemigos de tantos años. Un hombre difícil, tosco. Una persona con la que esta chica disfrutaba fastidiar. Clavó sus ojos celestes en los de el, mas oscuros. Pero no importaba el color, ambos poseían ojos cínicos, ojos crueles, que mas de una vez habian atestiguado actos de violencia.

-Pero mi querido amigo... –Remarcó con un tono algo dulzón – No deberías preocuparte por lo que yo podría encontrarme…Sino mas bien por lo que tu te acabas de encontrar.

Le dio una última calada al cigarro, terminándolo, sintiendo como ese dulce veneno recorría sus venas. Recorría su cuerpo y se marchaba nuevamente por su boca. Tiró la colilla al suelo, y la aplastó con su pie derecho. Con fuerza, sin sacar los ojos del hombre. Podría decirse que eran parecidos. Los dos, personas corajudas, sin miedo a nada. Los dos, tan crueles como era posible imaginar. Tan parecidos, y tan distantes. Se odiaban, pero cuando Desire miraba a Hugo, no podía evitar sentir una extraña curiosidad. Unas ansias de juguetear con el antes de aplastarlo como un insecto. Era extremadamente divertido. Se acercó un poco mas, de manera sigilosa, quedando solo a un paso de distancia. Se mantuvo seria, su corazón había vuelto al ritmo normal y su respiración se había acompasado, volviéndose mas profunda.

-Y ese sombrero? Acabas de salir de una fiesta de disfraces o que? – Sus palabras, maliciosas, jugaban a ser puñales. Jugaban a clavarse en la espalda del policía. Y aunque su espalda no sangraba literalmente, no le importaba. Eran puñales invisibles que a esta muchacha le encantaba empuñar.