Caminaba por las calles del lugar, con aires despreocupado,para variar. Mis pintas eran todo un poema, con los pelos rubios y tanrevueltos como si un huracán hubiera pasado por ellos. Unas gafas de aviadorlucían en mi rostro junto a un cigarrillo. Mis jeans gastados combinaban a conmi camiseta negra y ajustada de los Ramones, y a estos les acompañaban unasconverse en negras. La verdad es que no era el estilo más elegante que unciudadano londinense podía lucir, pero era el mío. Eso bastaba. Con la destreza de un verdadero senderista,fui esquivando los obstáculos que la acera me deparaba, encontrando entre ellosdesde un gato muerto hasta un boquete producto de unas obras. Después, estabauna pequeña multitud que se apiñaba en la entrada de una discoteca, la cualsorteé con habilidad felina. Putasdiscotecas light para adolescentes, abrían desde las cinco de la tarde para quelos jodidos críos se sintieran más mayores y fuesen a las discotecas. En esoInglaterra no se había quedado atrás, sin embargo la mentalidad de la sociedadseguía siendo retrógrada y tradicionalista. Mera estupidez, de la cuál Ethansabía aprovecharse, y bastante bien.
Se sacó un cigarro mientras caminaba, su paquete yacía vacíotras coger el último cigarro y colocarlo entre sus labios. Tiro el paquete alsuelo, a pesar de que un contenedor de basuras estaba hambriento y pedía agritos ese paquete. No lo tiró. ‘Que se ganen el sueldo los putos barrenderos’,pensó. Tras encenderlo, decidió ir por los callejones por donde apenas nadiepasaba, así era más ameno el camino y no tendría que encontrarse con tantahormona suelta. Al caminar por loscallejones, observé una chica sentada en un portal, maldiciendo no se que, conun cigarro en la mano. Sonreí, mirándola, expulsando el humo lentamente de mislabios, a modo de ‘Hola guapa, ¿Qué tal? Cortesía irónica.