Recapacitando un poco. [Stan Hoffman]

¿Qué se supone que haces aquí Née? . Ni yo misma lo sabía. Vale, necesitaba tomarme un respiro y quizás la zona más pobre de Londres no sería la más indicada. Era raro verme por aquellas calles abandonadas. Ni siquiera iba allí a buscar clientes. Aún así ¿Qué podía perder? Quizás pudiese encontrarme con Stan y ofrecerle un poco de mi molesta compañía. Sí, el muchacho no salía de aquella zona por lo que estaba completamente segura de que nuestros pasos terminarían por encontrarse.

Me evadí de aquel pensamiento sacudiendo levemente la cabeza. Lo cierto era que en el fondo no me apetecía encontrarme con él, necesitaba un tiempo para mí y no quería tener que aguantar a uno que tan sólo conseguía ponerme de los nervios.
Abroché el último botón de mi largo abrigo y continué caminando despreocupadamente. Hacía algo de frío y tan sólo iba tapada hasta centímetros más arriba de las rodillas. Bah, tampoco me preocupaba, seguro que a más de uno se le alegraba la vista. Detalle que se confirmó cuando me percaté de que la mayoría de las miradas se dirigían hacia mí.

El ruido de mis altos tacones era francamente algo imposible de pasar por algo. Resaltaba sobre lo demás en aquel lugar. Mis pies andaban y me llevaban a cualquier lugar, un callejón cualquiera donde pudiera estar sola quizás. Sí, aquellos lugares me ayudaban a pensar.
Llevé mi mano al bolso y saqué un porro que encendí en mis labios. Dando una larga calada mientras continuaba caminando sin un rumbo fijo.

Aquel aire contaminado inundaba rápidamente mis pulmones, ofreciéndome una satisfacción inmediata. Error mío había sido engancharme a aquella adicción, al igual que a muchas otras cosas. Pero era algo que ya no podía sacar de mi vida.

Continué caminando por las calles pobres de Bow. Dejando libertad a mi mente para pensar en lo que le viniera en gana. Y así fue, mi cerebro se dedicó a hacerme recapacitar sobre mi forma de vida. ¿Qué hubiese pasado si aquel monstruo que tenía cómo padre no hubiese sido como era? ¿Qué habría ocurrido si en vez de huir me hubiese quedado en aquella casa bajo su autoridad? Demasiados enigmas, muchas posibilidades, pero una era la realidad; Me encontraba en Londres, ganándome la vida con lo poco que conseguía en la calle. Y así iba a continuar siendo.

El jefe era un cabrón. Sí, Hamlet se aseguraba siempre de joderme la vida cada noche. Mala suerte la mía de encontrarme con él en el trabajo y peor que terminase siendo el encargado de decir si seguía trabajando o no. Decisión que él nunca pensaba desaprovechar, es más se aprovechaba todo lo que quería y mucho más.
Mi vida se estaba convirtiendo en una jodida monotonía, hecho que provocaba que tan siquiera me esforzase en cambiar las cosas. Más bien terminaba resignándome ante todo lo que se me presentaba.

Mis pies avanzaron hasta llegar al parque. Un lugar lleno de muchachos con cada uno de sus perros. Vale, no era gran cosa pero al menos podría sentarme en algún lugar y prefería mil veces estar allí y respirar algo de aire fresco que quedarme en casa tumbada en el sofá mullido que tantas noches me hacía compañía.

Llegué hasta la hierba y me tumbé sobre ella. Dejando que las finas hojas rozasen levemente mis piernas casi desnudas mientras observaba detenidamente las nubes que se deslizaban sobre mi cabeza. Llevé una de mis manos a mi cuello para masajearlo delicadamente, me dolía y seguro que se debía a una mala postura. Debería dejar de dormir en el sofá, me aconsejé mentalmente. Sí, la mayoría de las noches llegaba tan cansada a casa que ni tan siquiera era capaz de llegar a la cama antes de caer en las garras del sueño.

La suave brisa que batía levemente las hojas de los árboles provocaba que llegase hasta mí un cierto olor que me gustaba bastante. Me recordaba a mi antigua vida, cuando mamá todavía estaba viva. Por aquel entonces yo tendría unos diez o doce años y ella cumplía la promesa que había hecho de llevarme una tarde a la semana al parque. Sí, la vida perfecta. Llena de lujos y sin nada que pudiese desear. Sin embargo, todo había cambiado como por arte de magia y perdí a mi padre el primer día que llegó a casa borracho.

Tan sumida estaba en aquellos recuerdos que ni siquiera me percaté de que un chucho blanco se había acercado a mí y me andaba olisqueando las piernas. Me incorporé y traté de alejarme de aquel animal, no me gustaban los perros. Es más, los detestaba.

―¿Qué coño? ― Murmuré mirando hacia mi alrededor en busca del dueño de aquel odioso animal.

El asqueroso chucho no dejaba de olisquearme incluso cuando me incorporé y traté de alejarme. Era el animal al que más odiaba desde el accidente cuando era pequeña.
Entre los matorrales apareció la figura de un muchacho en el que no me fijé desde un principio, estaba más ocupada tratando de alejarme de aquel animal. Aún así, supuse que era el dueño de aquel demonio de cuatro patas.

Sin embargo, la voz del chico provocó que mi vista se alejara del animal y se posara sobre él. Lo que me faltaba. Sabía yo que terminaría encontrándome con él, recapacité interiormente. Sin moverme siquiera le regalé una mirada fría y burlona, algo llena de indiferencia.
―Si por mí fuese ni siquiera existirían. ― Contesté a su pregunta clavando de nuevo mi mirada en el animal que volvía a acercarse. ―Más te vale alejarlo de mí si no quieres quedarte sin chucho. ―Añadí esperando a que hiciera algo para evitar que el perro se acercase tanto a mí.

Stan era un muchacho con el que mantenía una relación un poco rara. Nos enrollábamos de vez en cuando y cuando eso sucedía podía pasar días sin quitármelo de la cabeza. Era un cabrón, uno al que no podía mantener dominado. Quizás le tenía cierto aprecio, no digo que no, pero eso era algo que él nunca sabría. Lo nuestro se basaba en una relación en la que cada uno trataba de dominar al otro sin éxito alguno. Sin embargo, ninguno de los dos se daba por vencido. De ahí los constantes piques que manteníamos.